El reconocimiento de Sí mismo no es algo complicado.



Reconocer la verdadera naturaleza de Sí mismo no necesariamente resuelve los asuntos de la vida cotidiana, solo muestra que estos asuntos no son tan importantes como se creía. Paradójicamente, al reconocer esta disminución de importancia, el comportamiento y enfoque hacia ellos genera ciertos cambios en el rumbo de los eventos. Sucede de forma natural, espontánea. Cuando se mira desde la plenitud, funcionan las leyes naturales de la existencia sin necesidad de gestión sobre ellas. Esto se muestra como un alivio, ya no está la pesada carga de que hay que hacer algo respecto a tal o cual cosa.

El reconocimiento de Sí mismo no es algo complicado, sino sumamente simple, tan simple que la mente no puede siquiera concebirlo. La mente goza de las complicaciones, es como cuando hay un tablero de juego (ajedrez, por ejemplo), y se presenta el reto. La mente disfruta de los retos, tanto así, que se produce un apego enorme hacia los problemas. El disfrute de la solución parece ser el objetivo máximo. Ahora, ¿qué es esta mente? Es un funcionamiento, es una serie de procesos en los que se arman pensamientos, dándoles prioridad o descartándolos; se ordenan y se clasifican. Esto ocurre de manera condicionada, es algo que se aprende, al sumar experiencias y usar la memoria. Solemos apreciar la vida a través de este funcionar. Si algo no lo podemos “pensar”, entonces ello no es considerado.

Los círculos viciosos en los que nos metemos ocurren por esto. Y de pronto uno dice, ¿cómo salgo de aquí? ¿Cómo rompo con esta situación tan incómoda y recurrente?
Explicar cómo se arma este mecanismo puede ser extenso y complicado, partiendo por decir que es el primer pensamiento: “yo soy”, el que lo construye. La idea y sensación “yo soy” sucede espontánea y naturalmente en la Conciencia, y es porque, de hecho, Ser Es. Junto a la manifestación del cuerpo se presenta la identificación que asocia el ser con dicho cuerpo, posteriormente armándose la identidad. De este modo comienza la danza de Maya, la ilusión. Y entonces, cuando no se comprende todo esto, se da el sufrimiento.
Para reconocer la verdadera naturaleza que subyace a la manifestación, solo se requiere la observación sin juicios. Apreciar sin poner nombres. Darse cuenta del movimiento consciente sin alimentarlo con los juicios. Notar el surgimiento del juicio y dejar que se vaya suavemente. Notar la permanencia de esta observación sin dueño, es decir, no es una observación ubicada en un lugar, ni sucediendo en un momento dado. Es atemporal, a-espacial, y sin forma. Es Conciencia pura. Esto permanece, está presente en la eternidad e infinitud, subyacente, como el agua que permanece aunque ocurran las olas en el mar. Presenciación.

Maria Luisa


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