Foto: Isabel Obeso |
Típico de la mente es ponerle nombre a las cosas, o sea,
conceptuar. Incluso esta instrucción se despliega en el Génesis (2,19-20).
Eso sí, que el nombrar no puede ir más allá de la mente. Es
el ego, con su cualidad identificatoria, el que clasifica y dimensiona. Todo
este proceso lo deja archivado en la memoria para futuras referencias.
En este actuar, el ego permanece oculto por su propia
cualidad de saturar la conciencia centralizada, no se presenta claramente ante
la compresión, no está presente tampoco en forma directa en la observación y
permanece oculto, dejándonos expuestos al dominio de la estructura establecida,
al hábito y a la costumbre, lo que nos hace dependientes del deber ser. La
cualidad de percepción de los objetos y de las cosas que tiene el ego depende
del modo como cada persona conceptualiza y construye la vida fenoménica.
Cuando con la atención intentamos ver al ego, nos damos
cuenta que no lo podemos encontrar en ninguna parte, porque el ego es como la
sombra y la atención es como la luz (la luz no encuentra la sombra en ningún
rincón). Por eso, cuando hablamos de conciencia pura y conciencia centralizada,
nos damos cuenta que son idénticas, no hay diferencia excepto por la cualidad
de la conciencia centralizada de usar la función de la mente para clasificar,
dimensionar y guardar la información para futuras referencias, dejando
cristalizado el presente con las referencias pasadas.
La felicidad esencial, propiedad de la conciencia
indiferenciada, está más allá de todo concepto, no puede ser capturada por
ningún concepto. Conciencia es percibir con una cualidad de observación que no
requiere juicio. Es la felicidad del instante, la eternidad a través del viento
que, como la conciencia, no tiene fuente de origen. La mente egoica, atraída
por lo insensato tras el apego a las formas, moldea la pena y el dolor. De ese
modo el ego - reflejo de la conciencia que se ha adicionado a la identidad
enturbiada de tendencias y apegos - provisoriamente disuelve la paz en la
confusión, como si con un movimiento se enturbiara el agua de un lago de
transparente pureza.
Es similar a la historia de alguien que hubiera perdido su
cartera, para confirmar posteriormente que la tenía en otro bolsillo. Al
rescatarla verifica que es feliz, pero, de hecho, sólo ha certificado que nunca
había salido de sus bolsillos. De igual modo se imagina que la felicidad se ha
perdido, pero no se ha perdido nunca; la confusión se debe a la ignorancia.
R.Malak
Comentarios