Plenitud Divina



Estoy nula. Llegue de viaje hace tres días… y no se si no tengo nada que decir, o si habría tanto por expresar que ni idea de por dónde empezar. Hace un par de horas me levanté con muchísimo entusiasmo: la idea de atender por fin mi blog con un sabroso café venezolano al lado. ¡Un par de horas! Me senté y enseguida recordé que hay una tonelada de ropa por lavar. Separando piezas claras de piezas oscuras, seguía empeñada en dilucidar sobre qué escribir. Nada. De manera que volví a mi asiento vacía. Y desde aquí divisé el mueble rojo con su alta superficie llena de polvo. Trapo con ello. Trapo con la mesa del PC, trapo con la mesa de la TV, trapo, polvo fuera.  ¿Hay paz? Ni idea.

Después de dos cafés y una tercera taza, esta vez con chocolate incluido sobre los restos de café (delicioso), hice una llamada que tenía programada para pasado mañana, pero,  ¿por qué no? La hice de una vez, y tras acordar con el albañil una cita para que me ayude a remodelar el anticuado baño, simplemente empecé a colocar estas letras. Así de simple.

Y entonces me doy cuenta de cómo hay tantos pensamientos flotando en la conciencia, tratando de ordenarse como cuando se hace cola delante del cajero para pagar las cuentas de teléfono, luz, agua… o como burbujas que brotan a la superficie del agua enjabonada. Plop, hacer la cama, plop, recoger la cocina, plop, plop, plop. Pensamientos convertidos de inmediato en acción. Y al mismo tiempo, la idea de escribir algo, algo bueno, algo que en verdad comunique. Y me río.

La vida es muy simple…. La vida es compleja… la vida esto, la vida lo otro. “Cualquier afirmación podrá ser usada en su contra”, y, ¿quién será el abogado? Recuerdo el programa de National Geographic, o un canal similar, que vimos ayer. Trataba sobre la asombrosa capacidad de las flores para atraer el tipo de insecto preciso para ser polinizadas, abejas, si, y sobre la increíble forma en que las flores han sido co-responsables de poblar el planeta con vida. Sobre cómo los monos tenían antes capacidad de ver sólo en forma dicromática, por lo que no podían diferenciar, por medio de la vista, cuando una fruta roja estaba madura. Y poco a poco se hicieron capaces, por la transformación de los bastoncitos en la retina, de percibir el tercer color: el rojo.  ¿Son las flores? ¿Son los monos? ¿Hacen algo? Y le dije a Rodolfo (Malak), que a mi lado compartía esta maravilla de programa: no hacen nada, no son estos seres los que hacen algo, es el Ser Conciencia, que se está expresando con una indescriptible inteligencia por medio de sus múltiples cuerpos. Y él me dice: es como si dijeras que es Dios el que está haciendo por detrás de todo el hacer del Universo. Si, ¡tal cual! Lo puedo llamar Dios. El problema surge cuando convertimos al Ser en entidad, un Dios, una persona. Personificar nos hace caer en la ilusión, y de allí, el paso al juego de placer y sufrimiento es inmediato.

Pues lo mismo. Se lava la ropa, se limpia las mesas, se mira cada letra que sale en esta pantalla. Se está sosteniendo el Universo sin intención, se mueven las nubes, se escucha la máquina taladradora al otro lado de la calle, y nada hay que pueda estar fuera de la Conciencia. El hacer de lo esencial es el movimiento de la conciencia, que se ha centralizado bajo la forma de diversas entidades, las cuales, como si fueran filtros de percepción, organizan, gracias a la inteligencia esencial, toda clase de experiencias. Experiencias que parecen sucederle al cuerpo, pero no es al cuerpo, es a uno, a uno mismo, que no es otro que puro Ser. O quizás diga: hay un continuo hacer manifestándose como un río de aguas en movimiento, fluyendo, instante tras instante, siendo percibidas ahora, ahora, ahora… en la eternidad de este momento pleno de Sí Mismo. Lleno de purísimo Ser, lleno de plenitud Divina indescriptible e infinita.

Maria Luisa


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