Todos hemos comprobado que la vida en este
transcurso de tiempo dado a lo que llamamos nuestro cuerpo es como el tránsito
por un río, entre sus dos orillas. A una la podemos llamar placer y a la otra
sufrimiento. Vamos en la barca del cuerpo recorriendo el tiempo, o eso
pensamos, eso creemos. Suponemos haber partido de algún puerto llamado
nacimiento para desembarcar en otro llamado muerte.
Veo que se plantea que por medio de la creencia
en lo no-dual, como que eso es la verdad, te libras de la dualidad que
esclaviza al sufrimiento y conlleva la eterna búsqueda del placer como si con
ello pudieras encontrar la felicidad permanente.
Estás acostumbrado a moverte entre los pares
opuestos tomando partido. Así has aprendido y a ello le das valor. Se plantea,
para el que no es capaz de afrontar el vacío conceptual, que se descarten las
ideas negativas y se recojan las positivas, así elevas tu ego y tratas de
mantenerte a salvo del sufrimiento. Pero el ego lleva consigo su sombra, y
aunque no lo veas, cuando sostienes el (+), escondido se halla el (-). Opuestos
ineludibles dentro de la red del pensamiento, en la dualidad que significa yo
aquí y lo otro allá.
Afirmaciones, creencias, encontrar la idea a la
que me supongo idéntica, es asomarse a ver a través del pensar. Pensar es lo
que configura el universo existente. Como el universo lo consideramos real,
resulta inaceptable para la comprensión que se muestra de ese modo, la
proposición del no pensar. Los pensamientos están ahí y pensar significa
pescarlos.
Ser y solo ser sin pescar ni un solo
pensamiento que defina mi identidad se vuelve tan aterrador para el ego como lo
es para el niño que por primera vez se monta en su bicicleta sin rueditas. Y es
que se sustituyen identidades, cuando dejo de lado todas las ideas que me han
definido como un ser separado e independiente, o separado aunque dependiente de
alguna fuente esencial, entonces capturo la idea de ser el Ser Único o No dual.
Se sigue mirando a través de la mente,
validando lo que dice el pensamiento, es decir, tomando por real el pensamiento
que se presenta o eliges. Sigue siendo una función dual por más que se
promulgue que eres lo no dual.
Si acaso buscas acérrimamente la verdad
indiferenciada, comprende que cualquier pensamiento es un contenido entre miles
de posibles contenidos en la conciencia. Por más realidad que le atribuyas
pregúntate: ¿Qué es más real, el pensamiento o yo, que le doy validez? Y DE
NUEVO LA RESPUESTA SERÁ OTRO PENSAMIENTO. ¿Puedes andar sin rueditas? Siempre lo
has hecho, pero no lo has certificado.
Por eso un padre amoroso le dice al niño, ten
confianza que yo te sostengo, y le hace creer que está por detrás sosteniendo
la bicicleta aunque hace rato ya que lo soltó.
Cuando el maestro menciona la verdad el discípulo
le cree. Más que una creencia en un enunciado es confianza en el maestro y el
discípulo no se queda con ninguna creencia, sino que practica a raíz del ancla
de investigación que ha recibido. Tú no eres el cuerpo, tú no eres ni esto ni
lo otro. Entonces inevitablemente se te presenta la ineludible pregunta, ¿quién
eres?
Discernimiento, una potente investigación a la que
no le queda más que volverse intuitiva, ardorosamente realizada con una fusión
de inteligencia y amor, amor por la verdad esencial, esa desconocida y
anhelada. Es el modo en que esta se muestra por sí misma, como una certeza que
deslumbra y arrasa con todas las creencias previas, no dejando rastro de
identidad o identificación. Ni dual ni no-dual. Y si acaso la duda persiste
después de este alumbramiento, es porque la mente, como insistente función dimensionadora,
no puede descifrar la realidad. En dicho caso el maestro se abocará a
certificar lo comprendido, para que la nueva mirada se sostenga y alimente
desde lo real, en paz y sin rastro de angustia, ni miedo ni duda, ni
frustración ni decaimiento, porque lo que realmente eres es la luz que ha
sostenido por siempre todo pensamiento alumbrado, todo conocimiento y toda
sensación. Como dice el maestro hindú: Eres Brahman, ahora verifícalo.
Maria Luisa
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