Al temple del fuego


El herrero da golpes precisos a la hoja de acero, la calienta y luego ¡zas! El golpe. Templa el metal y afila su borde. Así es el trabajo del Maestro.

La espada del discernimiento requiere templanza, porque las ilusiones, que como el moho o el óxido se adhieren a la hoja, pueden ser muy molestas mientras se busca la comprensión que corta de lleno el error.
Buscar la comprensión implica ver sin apego, sin deseo, sin esperanza… ver y solo ver hacia adentro… no dedicarse a ver lo múltiple.
Lo múltiple pasa por el cielo como aves… dejarlas pasar… y ver al que ve.

Hacia adentro…. Ver la profundidad infinita de uno mismo… ¿es que es tan difícil notar que es imposible que deje de ser? ¿Acaso no soy quien siempre está viendo, sabiendo y conociendo todo? ¿Desde cuándo conozco? ¿Cuándo comencé?
Nunca, jamás he tenido comienzo.

¿Cómo puede ser posible que deje de ser? ¿Quién soy que no puedo morir? Es demasiado obvio, al sondear esta infinita profundidad, que no puedo morir… entonces, ¿quién soy?

Reconocer la identidad, toda la gama de experiencias, comportamientos, deseos, ideas, memorias, cuerpo, ego… todo eso es la identidad… pero ¿quién la conoce?

El mismo que ve hacia adentro, es el que ve hacia fuera. La misma luz que ilumina el error está iluminando la comprensión. No hay dos, no hay dos orígenes… solo hay infinitos focos iluminados que se destacan cuando la luz apunta a los múltiples contenidos de conciencia.

Siempre, yo soy yo…. Esta palabra yo está naciendo de lo infinito de mi misma o Si mismo… no hay dos. Esa palabra yo puede apegarse a mi contenido consciente, la identidad, o puede tan solo quedarse allí, sin añadidos…. Designándome a Mi, el Si mismo, único e insondable Ser que soy, la pura omnisciencia plena de amor, sin diferenciar entre yo y lo otro, porque nada hay aparte de Si mismo. El aroma de la flor no está separado de ella, del mismo modo que el mundo manifiesto, como expresión de conciencia, no está separado de Mi…esto que siempre Ve. 
Maria Luisa

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