
Es bello saber que el despliegue es compartido. Desde la sacra hondura del fondo de “yo soy”, cada cual, cada uno, o sea, cada organismo, está siendo usado por la conciencia esencial que se da cuenta de todo.
Aparecen las preguntas acerca de quién puede alcanzar lo real, preguntas que se hacen como ideas. Son la mente que está filtrando la percepción, buscando sentido.
Hay un solo “quién”: yo, ¿quién más? Yo, diferenciando, me considero separada… o unida… y yo me doy cuenta de ello, yo soy, yo vivo, yo sé. ¿Quién soy yo? Yo soy esto infinito que siempre ha sido. Y de ello me doy cuenta sin necesidad de formular las palabras. La palabra divide y separa, porque define, y para definir necesariamente excluye por medio de juicios, dualidad. En el proceso intelectivo que genera conceptos, se buscan fonemas y símbolos que representen lo que vemos, sentimos, percibimos. No siendo dos ni muchos, el ser manifestado como muchos hombres, mujeres, organismos, personas, este ser, este infinito Ser, se comunica consigo mismo, se habla y se devuelve el significado como un reflejo ante el espejo, como un eco en lontananza.
Comprender este mecanismo expresivo, este movimiento dentro del si mismo, como emanaciones de expresión, como sonido, como imagen, luz, onda energética, que se desprende del Si Mismo, significa “ver” desde el Si Mismo. La luz es visible como forma cuando la onda choca con la partícula, pero ambas, onda y partícula, son luz, energía, Conciencia.
Visto en forma más simple, menos científica, es como decir que yo, que me veo persona, sostengo una vida, una historia. Me he identificado con este cuerpo y con un cúmulo de recuerdos. Mi atención se alterna entre pensamientos de dolor y de placer y como un ave, pica de los frutos dulces tanto como de los amargos.
Yo, lo infinito, la luz primordial, he iluminado esta presencia en el tiempo y el espacio, me he manifestado para sentir, conocer, toda la potencialidad de mi propia expresión, apareciendo en un plano fenoménico donde me he concretado como forma, cuerpo y sangre, que respira el aire del espacio que me rodea.

El “yo soy” se ha convertido en “yo soy esto finito y limitado”. Y en esto consiste mi propio engaño, pues le creo a la interpretación mental, perdiendo en apariencia el contacto con la luz esencial de si mismo. Picando de los frutos dulces y amargos de la experiencia, moviéndome en el río de la vida que se define entre dos riveras de placer y dolor, busco horizontes, metas, ilusiones de un devenir, un alcanzar, un logro. Yo, que soy luz infinita, eternidad, identificada con el organismo y la presencia temporal, trato de completarme en plenitud, y supongo que por medio de la transformación del instrumento expresivo, llegaré a ser… ¿ser qué? Es el “ego”, esta idea de separación, de voluntad independiente, esta necesidad de perpetuar lo temporal y de

Entiendo, con la intelectualidad, que todo esto es efímero, quizás impreciso, aún así trato de explicarlo y no hay posibilidad de definir lo indescriptible. Y más allá de toda doctrina y dogma, recojo los conceptos que se presentan como opción.
Mi amado reflejo que muestras confusión: Si toco tu punto sensible, el agujero profundo de tu centro, si meto el dedo en la llaga y te hago reaccionar como el timbre de un despertador, ya eso me complace en profundidad.

Amada luz que permite la claridad: gracias por resonar y ofrecerme la oportunidad de mirarme en el límpido reflejo de este espejo claro y diáfano de la comprensión. Donde no hay dos, en lo eterno, mi constante emanación resuena en frecuencias de onda y partícula, cuando lo que soy es Ser en Conciencia de su propia Bienaventuranza.
Maria Luisa
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