Lenguajear



Ocurren varias cosas con este asunto del lenguaje ontológico, metafísico, filosófico o espiritual. Una de ellas es que se llega a idolatrar, como si fuera la Verdad misma, lo cual produce una necesidad de protegerlo y demostrar su valía. Otra es que se llega a creer, como si la creencia tuviera cupo en el estado libre de conceptos. Otra más sucede cuando la erudición nos llena de orgullo.

El lenguaje tiene la función de describir lo que se percibe o comprende. Nunca es la comprensión en si y menos aún la percepción. Por ejemplo, si viajo a un paraje nuevo para mí, al regresar intento describirlo de manera de tratar de transmitir mis impresiones. Diré que el pueblo estaba lleno de gente cálida y amable, sus casas eran fabricadas en adobe y la temperatura en esa época del año era fresca. Quien escucha esta descripción, se hace una idea del sitio, así que cuanto más preciso y descriptivo sea mi cuento, tal vez quien lo escucha se haga una idea más acertada del lugar. Lo que no cabe duda es que jamás será como haber ido de visita al sitio. El amigo que escuchó el relato, puede apresarlo en su memoria, aprenderse el discurso y contárselo a otro. Posiblemente este otro pueda llegar a concluir que quien le cuenta acerca del lugar estuvo allí. Sería tal vez posible que absurdamente este relator que se compró el discurso llegara a creerse él mismo que conoció el sitio.

Así sucede con el intento de estar en realización por medio de apresar los significados conceptuales que el maestro emite. Los conceptos son solo descripciones de lo comprendido, que no estaba en palabras cuando fue aprehendido. La comprensión es instantánea y se refiere a la vivencia. Comprender conceptos, por otro lado, se refiere a aprehender los significados. Aprenderlos es ya cosa de la memoria.

Puedo describirle el pueblo… allá él si se queda con la idea del pueblo o va a visitarlo, si es que mi relato le produjo ese impulso. El concepto filosófico-espiritual tiene este propósito cuando se plantea como señalamiento. Invita a ponerse en el lugar descrito, no se trata de armar una historia o teoría con la descripción de la realización o el “realizado”, creyendo que por manejar la ontología se está en realización. Es en este sentido que se dice que los conceptos no son la realidad, sino una descripción o señalamiento de ella, y que esta descripción siempre se queda corta. No es lo mismo mojarse en el mar que escuchar un relato de que el mar es salado o conocer la teoría que explica el por qué hay sal en el mar. No es lo mismo estar en el estado sin conceptos, que hablar de este estado, discutir sobre él, o pensar en él.

Es cuando la conciencia centra la atención como si todo discurriera desde un centro localizado en tiempo y espacio, y se queda aparentemente atrapada en la dualidad, que se vive por medio del discurso, tanto en la comunicación con otras personas como en el chateo mental que ocurre en nosotros. Y esta interminable ronda de ideas está basada en la primera de todas las sensaciones, percepciones, conceptos: el “yo – ente”, la entidad individual. Esa es su raíz, desde donde se ramifica la identidad, la conceptualización y todo el mundo del hacer.
Descubrir la no localización del yo, implica inmediatamente darse cuenta de que el yo que estaba en el laberinto era un espejismo, así como el vagar por todos los mundos mentales no era más que un sueño.

Maria Luisa

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