Tomar Conciencia


(Foto: Mabel Cornago)
Más allá de tomar conciencia de las cosas

De la conciencia ecológica - De la conciencia social - De la conciencia política y ciudadana - De la conciencia familiar - Y la conciencia ética o moral.

Más allá de todas estas cosas de las que somos conscientes, más conscientes o menos conscientes, y a la vista de innumerables invitaciones a causas socialmente muy loables, que mencionan como “toma de conciencia”, o hacernos conscientes, algo me retumba, pues guao, ya somos conscientes y no solo eso, somos conciencia. Así que ante esta inquietud, le escribí este texto a R.Malak.

Vengo del supermercado, y como vivo en el centro de la ciudad, hay muchas imágenes que pude ver a mi paso, una tras otra, armándose como si fuera una obra de arte… quizás una obra que podría llamarse “Conciencia Urbana”. Chicos jóvenes en los parques – este paseíto al super es extremadamente grato porque pasa por corredores peatonales y parques urbanos – que se comprende que salen recién de la universidad y hacen su tarea de dibujar el espacio urbano. Unos encuadran árboles y bancos, otros los quioscos de periódicos, otros dibujan a las personas y su entorno. Me recordó cuando estudiaba arquitectura, y a la vez evoca lo que significa una cámara fotográfica. Así, me dediqué a fotografiar: la niña vestida como Geisha (no sé de qué obra de teatro salía) tomada de la mano de su mamá. Luego el viejo de ropas raídas, sentado al borde de la jardinera dormitando, y más allá la parejita de pololos, como dicen en Chile, soñando uno en brazos del otro. Los típicos 4 viejos que se reúnen a socializar a las 4 de la tarde, las palomas comiendo las migajas de los que salen de la tienda de empanadas. Color, sonido, textura urbana. Gente, emociones, pasiones escondidas. Y así, estas percepciones hermosas fueron la experiencia caminante de mi propia obra de arte: la Vida en este instante, en sumatoria de imágenes y sensaciones.

Conciencia de las cosas es iluminar estas desde tu propia comprensión. Conocerlas.

Y noto…
La comprensión se nubla con nuestra educación, nuestras creencias y nuestras experiencias, es decir, nuestros residuos se interponen entre las cosas como son y como creemos que son, como un velo. “Veo un viejo sucio, debería estar limpio en buena cama. Esa niña lleva un disfraz parecido al que le hice a mi hija hace 15 años. Ojalá estuviera de nuevo en esa época. Qué cochinos los que tiran los papeles en el suelo, así no se puede vivir. Uf! Qué contaminación en esta ciudad, deberían hacer algo al respecto”. Y sin mencionar mis ansiedades posibles… ansias no cumplidas, temores de lo que será, tristezas de lo pasado, culpas de algunos actos, etc, etc etc… y pobre yo, ojala las cosas sean de otra forma. Los chateos, que como un velo, impiden ver lo que es. Incluso impiden darse cuenta de que ellos ocurren y en su ocurrir, nos secuestran.

Para seguir con esta reflexión, necesito revisar algunos conceptos tal como los comprendo. Creer es: lo que sostenemos como válido. Según cada quién esto puede ser considerado como ser consciente de eso que estamos validando. Creer es mentalizar, memorizar algo y darle valor. Valorar es comparar criterios y elegir entre ellos.

Así, entre muchas otras posibilidades, veo:
Algunas personas valoran tener posesiones, tener éxito, tener salud, otras valoran tener poder de cualquier tipo, ya sea sobre su pareja, sus hijos, su vecino o sobre toda la sociedad o una parte, poder sobre sus empleados, etc. Otras personas valoran que se las tenga en consideración, que se les preste atención, que se les quiera. Según sean los valores que sostenemos, podemos caer en la posición de víctimas o victimarios, con tal de lograr experimentar nuestros valores. Otras valoran el arte, la religión, la llamada conciencia ciudadana o colectiva, la unión familiar, la filosofía, las flores de su jardín o del parque comunitario. Las valoraciones son infinitas, y es lo que da color a nuestras vidas personales.

Y aquí me acerco al tema que me convoca desde el principio. Hay grupos que dan valor a algo que llaman “tomar conciencia” colectiva o unitaria. O sea, algo así como que todos valoren lo mismo. Estos grupos tienen sus propios valores, por ejemplo, mantener la ciudad limpia, recoger los perros callejeros, juntar los mendigos que deambulan y darles asilo, ropa, comida. O puede ser, limpiar el planeta tierra de la contaminación, o puede ser, eliminar el sistema imperante y cambiarlo por otro sistema mejor, según sus valores. Entonces promueven sus criterios por medio de muchos mecanismos. Invitan a que una mayoría se una a su causa por esos valores. Y a eso le llaman “tomar conciencia”. Y si no “tomas conciencia”, o sea, valoras lo que ellos valoran… eres desvalorizado por ellos.

Con todo y eso, cada cual toma la foto que más le atrae. Unos pintan árboles y bancos, otros dibujan flores y palomas y otros quedan atraídos por la parejita que se besa sobre la grama. Variopinto, y me pregunto ¿por qué no ha de ser así?

Cuando se refieren a “tomar conciencia”, según esto que describo, podría entender entonces que apuntan a considerar algo por encima de otras cosas o condiciones o cualidades. Prestar más atención a algo y cuidar de ello, pensar en ello, creer en ello y dedicarse a vivir por ello, así sea por un tiempo. Algunos lo toman como meta de vida, otros son más casuales y lo toman como hobby temporal.

Mis disertaciones buscan poner las cosas claras a mi vista, verme en esto que trato de describir, este dibujo de mi mirada. Primero veo, ilumino y luego lo traduzco a formas distinguibles. Así que sigo punteando y elaborando este escorzo, revisando lo que significa para mi (todo es para mi y según lo veo) comprensión.
Comprender algo es prestar atención a ese algo y captar su significado. Captar el significado no es entender un concepto y ser capaz de traducirlo a otros conceptos similares o sinónimos. No es saber usar las palabras, no es quedarse en el lenguaje.
Comprender es conocer, y en cuanto a comprender palabras es ir al lugar que estas palabras señalan, por así decirlo metafóricamente.

Las palabras son formas fonéticas y simbólicas que se acuerdan entre las personas que manejan el mismo lenguaje: castellano, inglés, chino, hindú. Las palabras son como carruajes que nos llevan a un sitio, este sitio es el significado profundo e intrínseco que señalan. Se usan para compartir comprensión, intención, deseo, y en definitiva comunicar nuestras significaciones. Si un ciego no ha visto el color rojo, no puede captar el significado intrínseco de lo que se ha acordado con esta palabra. Según todos los diccionarios, esta palabra está referida a una experiencia visual. El ciego puede asociar esta palabra a una temperatura, quizás, así entender a los videntes, pero no capta la significación que se ha querido acordar con este vocablo. Si no se experimenta la sensación que se señala, no es posible comprender la palabra de la misma manera que aquel que ya ha experimentado el lugar a donde apunta.

Inventaré un cuento para ilustrar. Dos personas que ven, no ciegas, van por primera vez, juntas, a un acantilado desde donde se ve el mar. Experimentan juntas el tamaño, el color, el olor y la forma del mar. Y lo llaman Mar. Vuelven a su casa en la ciudad, tierra adentro, y cuando dicen mar conocen por experiencia propia el significado intrínseco de esa palabra. Así, se pueden comunicar. En su casa vive un hermano que nunca ha ido al mar, y le dicen, es enorme, es azul, precioso. Esta persona no puede captar completamente el significado de “mar enorme”, puede intentarlo, pero no es posible que su mente evoque dicho concepto: mar.
Por tanto… el mar se comprende cuando se ve, se huele, se saborea, se escucha y se toca, no por escuchar el concepto y ni siquiera la descripción que lo señala. Comprensión entonces apunta a captar en forma vivencial algo, iluminar ese algo con nuestra conciencia, nuestra capacidad de conocer, sin filtrarlo con un prejuicio, una imaginación o idea previamente establecida, o algo recordado.

Comprender es tomar conciencia del objeto, sensación, experiencia o percepción que se ha conocido en forma directa, inmediata e íntima. Eso es, es algo vivo y no sacado del trastero de la memoria, porque memorizar algo no va necesariamente de la mano con comprender ese algo, sino más bien con aprender. Un loro puede aprender palabras. Un grabador puede guardar palabras, pero no pueden interpretarlas, menos aún saber a qué se refieren, qué señalan, a dónde lleva ese carruaje.

Vuelvo a esto: Comprender es idéntico a tomar conciencia. No importa de qué se tome conciencia, es solo eso… conocer, saber. Comprensión y Conciencia, en este sentido, son palabras que señalan algo así como la luz que nace de uno mismo y que permite saber de mí y del mundo donde estoy, de mis sensaciones y los movimientos de la vida. Tomar conciencia es una cualidad del ser. No importa de qué se tome conciencia en este sentido, porque estoy yendo más allá de “tomar conciencia de las cosas”, estoy yendo a la raíz de la existencia. Cuando tomo conciencia de algo, creo en su existencia, esto me ofrece un significado, lo veo, lo observo y lo vivo. Indudablemente existe para mí. La niña vestida de Geisha, el viejo, la paloma, el parque, lo grato, esas existencias que pueblan mi cuadro, mi obra de arte urbana.

Y profundizando en los modos como tomo conciencia de las cosas, o sea, de todos esos contenidos conscientes, me parece bien preciso y que puede ayudar, la comprensión del movimiento de los tres estados mentales de la conciencia que se ha centralizado en mi yo.

Cuando duermo, en mi cama, de pronto el mundo deja de existir para mí, me olvido de él, y aparecen las imaginaciones, los recuerdos y los sueños. Los contenidos de mi memoria, más o menos aliñados con una creatividad imaginativa, se convierten en las existencias de las que estoy tomando conciencia. El mundo de la vigilia desaparece para dar entrada al mundo de los sueños. Cambio una existencia de lo cotidiano por otra existencia onírica. Inesperadamente y en forma involuntaria, de pronto desconozco todo, todo desaparece, toda existencia simplemente no está, y es porque estoy presenciando el silencio, la oscuridad y la ausencia de contenidos, llamado sueño profundo. Un estado de absoluto descanso, recuperación de las energías gastadas en sostener tantas existencias de lo cotidiano y de mi subconsciente o mundo de sueños. Se recupera el gasto ocasionado por las emociones y actividad física. Son los tres estados de los que tomo conciencia, que rotan y se alternan formando la conciencia centralizada sostenida por mi yo, por mi sentido y sensación de existencia individual.

Tomar conciencia en el sentido de encontrar valores para sostenerlos, ocasiona gasto energético. La mente, cuando se usa para manipular nuestros intereses, es agotadora, porque impulsa una voluntad de movimiento y acción física que se estresa en el deseo de lograr su cometido, por lo que promueve también un movimiento emocional asociado que es desgastador para el cuerpo. Tomar conciencia en este sentido, se relaciona con una centralización en mi yo, en mis deseos, en mis preferencias, en lo mío. El gasto energético es inversamente proporcional a la vivencia de la felicidad.

¿Cuándo es que tomar conciencia no es un gasto energético, ni un movimiento de tensión y agotamiento? Cuando no juzgo la percepción. Cuando hay observación y conciencia desde el Si mismo, sin la idea separadora de yo y lo mío, mi persona y sus intereses, sus miedos, sus creencias, sus valores y sus causas. Cuando veo el cuadro de la vida como una creación que emana de mi propia inspiración y exhalación, como percepción viva y alerta, como una obra de arte andante. Mirar desde el Si mismo es ver la existencia en felicidad y ver la desaparición de la existencia en igual felicidad. Desde el Sí mismo todo es pleno, pase lo que pase o aunque no pase algo.

Al mostrarse todo como conciencia esencial y no centralizada en mi separatividad. Cuando observo sin juicio alguno sobre lo que veo o lo que sucede. Cuando no me encuentro en tensión con las ideas, el chateo interno se acalla y dejo de sostener valores pre-establecidos, prejuicios o creencias acerca de cómo deben de ser las cosas. Cuando no promuevo causas con las que busco un significado para mi vida, por más éticas o válidas que las considere. Cuando dejo de buscar el sentido o la felicidad. Cuando relajo y dejo ir todas las ideas que me han definido. Cuando me entrego y ya no me importa lo que pase. Cuando me encuentro desarmada y en manos de lo esencial, es decir, cuando se desvanece la separación que suponía entre yo y lo Divino. Y ahí, tomar conciencia es conocer la luz que todo lo ilumina, y ser uno con ella, o ser la luz misma que sale por mis ojos, mis sentidos, mi cuerpo, y a la vez por todos los cuerpos de todos los seres sencientes. La luz de la conciencia que nace del Si mismo. Y eso, es tomar conciencia de la realidad, del Si mismo y comprender la raíz de toda la existencia y de todas las cosas y los seres existentes. Esto es más allá de cualquier pretensión de tomar conciencia de las cosas, porque se ha comprendido que todas las cosas están en mi, iluminadas y conocidas por mi, y ningún esfuerzo es necesario y nunca lo ha sido, a pesar de la confusión que hubiera, que estaba basada tan solo en la equivocación de considerar mi idea y sensación de yo separado como real. Y cuando este yo ya no se interpone como una razón de ser y de Vida… todas las buenas causas que miran por el beneficio y felicidad de todos los seres, suceden naturalmente, sin egoismo y sin importancia de lo personal, como decía un conocido maestro: conócete a ti mismo y todos los milagros se darán por añadidura. Y es cuando el Amor es la expansión misma de ver a conciencia desde el corazón, desde el núcleo vivo de lo que soy.

Y R.Malak me contestó: “Y es cuando el Amor es la expansión misma de ver a conciencia desde el corazón, desde el núcleo vivo de lo que soy”, y no ver la conciencia como una función solamente que es la mente, sino saber de si mismo como la vida misma, ya que conciencia es omniabarcante  como la manifestación y expresión, continente y contenido.

Maria Luisa