Día a día nos levantamos de la cama con la sensación de
que una vez más aquí estamos, afrontando la vida, y de una manera que parece
inevitable, nos vemos envueltos en un río que ayer llevaba un cauce y hoy
parece seguir en la misma dirección. Asearse, en mi caso preparar café y a
veces algo de desayuno (otras veces parece que a esa hora nada cabe en mi
estómago), y comenzar la rutina revisando en la memoria, o en su defecto, en
apuntes tomados en una agenda, para no pasar por alto algún compromiso inusual
que hayamos tomado para este día. Rememoramos los acontecimientos del día
anterior y de la calma que a lo mejor sentimos mientras dormíamos, vamos
pasando a la inquietud. Cada recuerdo puede ir disparando emociones, unas más
intensas que otras. Se va formando el panorama de las expectativas, retomamos
actitudes que ayer asumimos como definitorias, y es como que a la vez de vestirnos
para dar la cara al mundo, nos ponemos el traje de la identidad que llevamos
días o años confeccionando.
Dormía exquisitamente y no era alguien. Al presenciar el
estado de vigilia que resurge en la conciencia, este viene montado como un show
donde el personaje principal soy yo. Un personaje que sin sus emociones e ideas no
se sostiene. ¿Cómo ser persona en este mundo sin una identidad?
Nos asomamos al mundo a través de tres ventanas: cuerpo,
mente y emociones. Observamos a través de ellas lo que su estructura nos
permite percibir. Vueltos hacia afuera, la atención queda atrapada en el
devenir cotidiano y el mundo de los fenómenos.
La calma presenciadora que era evidente durante el estado
de sueño se ve envuelta en inquietantes emociones que remueven el cuerpo a la
vez que surgen pensamientos, recuerdos o expectativas. Atentamente, observo a
la vez que discierno, que esta calma me ocurre a mí. Observo que sin duda los
movimientos del cuerpo en conjunto con el caudal emocional me ocurren a mí.
Indudablemente los pensamientos se me presentan a mí. Soy presenciadora de todo
el movimiento, así como de la calma sin movimientos. No cabe duda.
Desde esta atención que acuciosamente observa y nota el
surgimiento de todo esto, también me doy cuenta de algo que resulta
abrumadoramente importante. Puedo dejar que mi atención sea arrastrada, por el
hábito, hacia las ideas y sensaciones de identificación, o puedo permanecer en
esta mirada que, sin dejarse contaminar por el automatismo, es plena por sí
misma y libre de identidad. En el primer caso, arrastrada por el automatismo de
la identidad y su comportamiento, sucede un vaivén inquieto, a veces contenta,
a veces sufriendo. En el segundo caso, al detectar la tendencia al automatismo,
este se diluye, y al diluirse permite
que la respuesta a cada pensamiento nazca desde la claridad y no desde la
confusión. La consecuencia de esto es un funcionamiento sin trabas, que no
genera sufrimiento ni a mí ni a otros. La persona que representa el papel de
personaje principal de esta historia se muestra funcional, y llora cuando tiene
que llorar, ríe cuando tiene que reír, permitiendo que ideas nuevas,
actividades creativas, respuestas que surgen de la inteligencia natural, se
vayan presentando.
Ahora…. ¿Cuál es el punto? ¡El punto es que andamos
dormidos! Estamos dormidos a lo que es verdadero en nosotros, porque nos
creemos el cuento de la identidad. Incluso más, creemos que podemos llegar a
construir un modo de ser, de comprender y de comportarnos que definitivamente
quede fijo, para siempre, y que a partir de entonces, todo irá bien. O quizás
que si nuestras metas y expectativas de una vida llena y completa se cumplen,
nuestra vida será feliz y realizada. No nos hemos dado cuenta, cuando jugamos
este juego del personaje de la historia, de que es algo que surge ante la
presenciación en el estado de vigilia, no notamos su impermanencia, y menos aún
la permanente luz de conciencia que somos. Sin darnos cuenta del flujo
constante y cambiante del río de conciencia que es la vida, nos dormimos a la
realidad de ser, que es esta infinita conciencia, sin comienzo y sin final. Sin
notar que el personaje, la persona con sus hábitos, costumbres, conocimientos,
estos cuerpos que se modifican instante a instante, el carácter heredado de
algún antepasado, los traumas infantiles o de cuando sean, es un conjunto de
ideas y creencias asumidas. Estas creencias son pensamientos que atrapo y
sostengo con la atención, buscando con ello dar sentido a esta vida.
Descubrir desde dónde conozco, desde dónde percibo, desde
dónde hay conciencia tanto de la calma como de la inquietud, desde dónde sé de
esta identidad que ha cambiado a lo largo de los años… descubrir la confusión…
este es el punto. Pretender, por otro lado, modificar el comportamiento,
adquirir cosas, conseguir que me amen, comprar y tener, poseer y ser admirada,
son artificios que nublan la mirada porque se sostienen en la idea de que la
felicidad es algo alcanzable y que espera por mi… porque no he notado la
felicidad que ya soy, esencialmente perfecta… pues de nada carece, jamás ha
nacido, no se modifica y no es vulnerable. Notar el Ser Conciencia de la
felicidad que emana naturalmente, infinita e imperturbable… ese es el punto.
Maria Luisa
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