¿Cómo encontrar paz permanente,
cómo saber cuál es la verdad de la vida y encontrar algún sentido real?
Cuando un bebé nace, parece que
estallara de pronto la vida. Sabemos que en el vientre de la mamá la vida ya
estaba allí, también sabemos que desde que esa vida es un pequeño feto está
percibiendo la armonía o desarmonía de la madre. Pero al nacer, esta vida
empieza a tomar conciencia del mundo. En ese momento los sentidos y el sistema
nervioso empiezan a percibir y enviar señales de las que esta vida toma
conciencia. La Vida está usando un nuevo instrumento de expresión: ese pequeño
cuerpecito.
Sabemos que a través de los 5
sentidos todos recibimos impresiones del mundo físico que nos rodea.
También sabemos que tenemos
pensamientos. Que los pensamientos que tenemos ahora no son los mismos que
teníamos hace unos años, o ayer, o hace unas horas.
Si prestamos atención, podemos
revisar recuerdos, ir hacia atrás en estos recueros, rebuscar el momento en que
nacimos.
¿Será que podemos recordar eso?
Todos tenemos la certeza de que
hay algo de nosotros que no está limitado por el mundo físico de tres
dimensiones que percibimos. Somos conscientes de una cantidad de percepciones
que no pertenecen al mundo físico, como recuerdos, sentimientos, emociones,
temores o esperanzas.
Todos tenemos la certeza de ser.
Todos decimos yo soy, sabemos yo soy, sentimos yo soy.
Si nos remontamos al momento del
nacimiento, allí no estaba la idea de que yo soy, pero sin duda, en ese momento
yo era ya… y lo era desde antes de nacer… y lo era desde…… ¿desde cuándo?
Cada vez que trato de definir
algo que está fuera de los límites mentales, simplemente me encuentro en el
campo de la especulación. Cuando pretendo imaginar mis comienzos estoy en el
campo de la imaginación. Nada de eso me da certeza.
Si queremos saber ciertamente lo
que verdaderamente somos, más allá de los límites que imponen tanto el cuerpo
como las ideas, nos damos cuenta de que para cualquier certeza, sólo tenemos el
presente, el ahora. De lo único que podemos tener absoluta certeza es de Ser
Ahora. Y que hay conciencia de eso.
En cambio cada vez que queremos
definir lo que somos, aparecen las ideas de nuestra identidad, y esta se
encuentra directamente ligada a todo aquello que nos limita. Por eso siempre
estaremos en la contradicción si queremos saber lo que somos esencialmente, más
allá de las limitaciones. Lo que somos no es definible, ni descriptible. En
esencia, somos conciencia.
Como conciencia, nos asomamos al
mundo a través de tres ventanas que nos provee el instrumento cuerpo. La
ventana de la percepción sensorial: nos permite experimentar el mundo de manera
física y orgánica. La ventana de la mente: nos permite funciones de conciencia
que ordenan nuestras experiencias. La ventana de las emociones: nos permite
apreciar un sabor especial con cada experiencia.
Si conocemos estas ventanas,
podemos conocer lo que aparentemente nos limita.
No hay tal limitación, porque lo
que somos es Conciencia que se asoma a través de esas ventanas o filtros, pero
ocurre que nos apegamos a estos filtros, los tomamos como absolutamente
verdaderos y dejamos que lo que podemos ver a través de esas ventanas nos haga
creer que todo lo que hay es eso.
Es importante conocer estas
ventanas: el cuerpo, la mente, las emociones. Y notar cómo vivenciamos nuestro
Ser en función de ellas.
Al mismo tiempo que conocemos
estas ventanas, es preciso notar desde dónde nos estamos asomando a ellas.
Pondré un ejemplo. Imaginemos que
estamos en una casa vacía que tiene ventanas. El universo rodea a esta casa,
pero solo podemos apreciar espacios limitados del universo dependiendo de cada
ventana por la que nos asomamos. Reconozcamos que estamos viendo desde este
espacio vacío. Ahora imaginemos que le sacamos las paredes a la casa. Estamos
en el mismo sitio, el universo está en el mismo sitio, pero ya no hay
separación entre el interior y el exterior. El espacio desde donde miramos está
liberado de las estructuras. Siempre fue el mismo espacio.
Hablando de estructuras, y de
conocer las tres ventanas, es preciso entonces notar cómo se van armando las
estructuras que limitan nuestra percepción. Las estructuras del aprendizaje, de
lo que hemos tomado como real y verdadero. Lo que hemos recibido por medio de
la interacción con los padres, la sociedad, la cultura y el medio ambiente. Lo
que vamos aceptando y recogiendo como cierto: ideologías, deber ser, deber
hacer; lo que es bueno y lo que es malo; lo que conviene y lo que no.
Muchas de estas estructuras son
netamente funcionales. Por ejemplo, no es necesario experimentar dos veces que
el fuego quema. Lo que es funcional no estorba.
Otras estructuras son ideas
sociológicas: pertenecemos a un grupo social, un grupo familiar, con ciertos
esquemas acerca de cómo apreciar la vida.
Y otras son psicológicas: son las
memorias que vamos guardando acerca de cómo experimentamos cada situación. Esto
se sostiene en un sentido psicológico de ser, en el sentido de ser yo, la
persona que se ha ido formando desde que nació el bebé hasta ahora, cargando
con todas las impresiones genéticas, sociales, familiares, etc.
Este sentido de ser yo me define
como identidad, como alguien. Y también define lo que me gusta y lo que no.
Cuando vamos por la vida
atesorando lo que me gusta y descartando lo que no me gusta, sufrimos, porque
la vida no nos pregunta lo que queremos, sino que se presenta como se presenta.
Aprender a conocer las tres
ventanas y el instrumento de expresión es fundamental; conocer cómo todas estas
cargas de gustos, aversiones, esquemas, ideologías, modos de ser, ideas de cómo
debe de ser la vida, los comportamientos asumidos, nos van convirtiendo en
personas acartonadas. Nos hemos rigidizado, unas personas más seguras de sí
mismas, con un ego fuerte y sano, otras con un ego más débil. Pero en ambos
casos, son cartones, máscaras que limitan nuestro modo de percibir y
comprender.
Reconocer el espacio desde donde
estamos mirando la vida es fundamental, y hay varios modos de hacerlo, por
medio de la auto-indagación, la meditación, el yoga, las artes marciales y
diversas terapias o ejercicios. Hay muchos modos de aprender a reconocer este
espacio desde donde somos, que es permanente, real, que no es definible ni
descriptible; es pleno de sí mismo. El problema se presenta cuando en la
búsqueda esperamos reconocer algo distinto de uno mismo, olvidando que lo que somos
no es un objeto, sino la fuente de toda percepción, conocimiento y vivencia.
--
Vivir en el ahora, reconocer el
espacio consciente, apreciar la presencia, aceptación de todo cuanto acontece,
atestiguar, todo esto son señales que los apuntadores ofrecen. Estas señales
implican primero reconocer que somos conscientes, y segundo reconocer que esta
conciencia no ocurre dentro del cuerpo. Ser consciente de ser, ser el ser, son más
señales. Aquí no hay un yo, aquí no hay nadie, son también señales. Repetir
esto no soluciona el conflicto. Y, ¿cuál es el conflicto? Que se sufre y a la
vez se anhela paz. Que estamos viviendo como metidos dentro de una constante
contradicción, en una pelea, una guerra que se desarrolla como un constante
chateo mental.
La paz no se encuentra, la paz es
lo que se siente cuando se observa todo el ruido mental sin darle más crédito.
Observarlo como quien mira llover. La paz es la quietud, el espacio vacío desde
donde miramos. Y lo que miramos son todos los contenidos con que usualmente queremos
llenar este espacio para definirlo. La paz es la cualidad del espacio
consciente infinito, esencial, el continente de conciencia; el espacio vacío de
la casa que no es diferente del espacio vacío que rodea la casa. Es conciencia,
es saber, es percibir, es darse cuenta. Eso es paz.
Este espacio de conciencia pleno,
infinito, esencial, que soy antes de identificarme, se mueve como lo hace el
aire formando remolinos, vientos y hasta huracanes. Este movimiento remueve los
contenidos conscientes, entonces estos se van organizando gracias a una función
de conciencia llamada mente-identidad, la función organizadora de la
conciencia. Esta formación de identidad, del “yo soy” que se adhiere a los
contenidos conscientes formando el “yo soy esto”, conlleva apego. Sin apego es
difícil construir identidad. El apego comienza a desarrollarse al confundir la
función de supervivencia biológica con la supervivencia psicológica. Confundir,
palabra clave.
La confusión del sentido de ser
con el sentido de identidad es la raíz del sufrimiento. Por eso, salir del
sufrimiento implica justo lo contrario: comprensión.
Esta confusión del sentido de ser
con el sentido de identidad acontece como un funcionamiento hipnótico, porque
el aliado de esta situación es el apego. Por eso, para revertir este asunto se
precisa ir en sentido contrario, cuidadosamente, porque el apego es un furioso
protector de la identidad. Es como una enfermedad. El apego, que también
significa interés o atracción hacia algo, debe quedar enganchado, interesado en
conocer la realidad, tiene que haber una gustosa disposición a conocer la
verdad. Por eso el apuntador tiene que ser cuidadoso, conociendo cómo funciona
esto. Se precisa entonces, primero entender todo el mecanismo, para después
proceder a asimilarlo profundamente, aceptarlo. Es ahí cuando podemos dirigir
la atención hacia su origen, descubrir el espacio consciente que alberga todo
el funcionamiento de la mente-identidad. Este espacio de tranquilidad, que,
aunque quede vacío de contenidos conscientes, no deja de ser.
De este modo, que haya o no haya
ventanas a través de las que mirar no tiene ya más importancia. Se vive lo que
se tiene que vivir, sabiendo que nada de lo que acontece, ni me define ni me
agrede. Se pierde el miedo. Las dudas ya no importan porque se reconocen como
parte normal del funcionamiento de la mente que siempre estará haciendo
proposiciones de exploración. Ya se conocen las tres ventanas: mente, cuerpo,
emoción. Ya se sabe que estas no me limitan, que la paz y plenitud de ser no
depende de la experiencia que se tenga. En la eterna permanencia de Ser se
mueve la conciencia con todos sus contenidos, del mismo modo que sobre el papel
se imprimen las letras y las notas que arman una canción. La vida que vive el
personaje es un espectáculo pasajero, en cambio la vida que mueve al personaje
es la eternidad misma. Es mi verdadera naturaleza permanente.
Maria Luisa
Comentarios
Gracias por llevarnos amorosamente, de la confusión a la comprensión... de lo irreal a lo real!
ABRAZO DE LUZ!
Un saludo desde el ocaso.