No se encuentra un modo complaciente que a todos satisfaga,
será porque no hay intención de complacer a nadie. Aparece la escritura como
pura complacencia de propio furor, de la intensidad ardiente al mirar con ojos
de fuego y luces.
Y a veces no es así. A veces detrás de la expresión, que
aunque esta sea inevitable, se encuentra la intención y el tinte del
costo-beneficio. Qué se da y qué se recibe. Cómo dar y qué esperar. Y cuando
esto, como un conjunto de ideas, sucede y atrapa mi atención, llego a sentir
culpa. Se lo comento a Malak y me dice: ¿acaso buscas ser perfecta? ¡Plum!...
cierto, me digo, ¿por qué la necesidad de perfeccionarme? ¡Más ego!.... y al
momento agrega: porque ya lo eres.
Algunas veces el pensamiento acapara la atención y resurge la
tentación de asumir como algo propio de la persona, del yo separado, de Maria
Luisa, el manejo, voluntad e intención de expresarse. Cuando se presenta de ese
modo: "yo hago, yo quiero, mi deseo, mis intenciones, mi mirada, mi
opinión", es como estar de nuevo en la humareda que provoca esta Maya, la
encantadora ilusión de ser uno entre muchos, "una" en este caso, y no
solo ser eso, sino ser especial. Todo eso es el montón de ideas que señalan
identidad y que aparecen como los vagones de un tren detrás del primero (el
carro del "yo"), tras quedar prendada la atención a la idea de yo, y
eso es caer en la tentación, errar el blanco, perder la senda. Es tan simple
como eso, que lo describo así: el hábito de la auto-definición de "quién
soy" distrae y sin aviso acarrea todo el engranaje de ideas y por supuesto
confusiones.
El aprendizaje fija tendencias, hábitos para la atención. El
mensaje de la sociedad, la cultura, educación, costumbres, impregna de
significación al hecho de “llegar a ser”, construirse: destacar, competir,
sobresalir, mejorar, ser independiente, exitoso... y al final del cuento, la
promesa: gracias a todo ello vivir feliz para siempre. Esto queda incrustado en
el disco duro del funcionamiento mental, generando un mecanismo automático que
se dispara intermitente y constantemente, sin avisar.
Conversando acerca de esto una de estas noches, como ya es
habitual, me dice Malak: ¿sabes cómo escribo? Complaciendo a lo esencial.
De nuevo ¡Plum! Y aparece la teoría: ¿qué??? quién complace
a qué?, separación? dualidad? Pero eso dura menos que un perro en misa y
enseguida quedo muda, no solo cayendo, una vez más, como una roca, al
precipicio de la comprensión, sino movida por la admiración de lo que significa
saber orientar. Un par de palabras y enseguida el retorno a la senda, es decir, a retomar la puntería. Dar
en el blanco, siendo el blanco, el arquero, la flecha y la puntería al mismo
tiempo. Sin embargo Malak se muestra compasivo y para que no queden dudas
adiciona: Cuando digo complaciendo a lo Esencial... estoy apuntando a que la
escritura se produce sin participación del ego segmentador. Ya, ya, para
entonces ya me había quedado claro, y ahora este añadido, una vez viendo desde
el umbral de Si mismo, se funde amablemente compartiendo la pasión, compasión,
de esta unión de mentes y comprensión compartida.
Eso resultó interesante,
porque hacía un rato tenía delante estas ideas: que más fácil parece ser
entregarse devotamente, que ver todo sabiendo que es Uno "quien" está
armando todo este tinglado existencial,
porque con esto último se roza (como si se caminara por el borde de un
precipicio) con un ego que se apropia del mirar, y hasta que la tendencia a
desnaturalizarse como entidad independiente y pensadora no se consume en forma
completamente natural, la tentación surge una y otra vez mostrando las mil
caras de Medusa, el ego, que congela la atención.
El conocimiento es algo que quema, y cuando la mirada queda
prendada por la idea de ser “alguien que comprende”, el fuego del conocimiento
produce una humareda engañosa. En cambio el conocimiento (no información), que
se mantiene con una atención expandida, amplia y ligera, sin juicios y sin
dueño, se muestra con el brillo de ese fuego, y es claridad lo que alumbra
todo.
Cuando la comprensión, que es el fuelle que alimenta de aire
al fuego espiritual, ha hecho nido en uno, el humo que puede salir de algunas
maderas (tendencias remanentes) es a su vez comprendido como eso, solo humo,
expresiones de la identidad que se están consumiendo, expresiones que están
siguiendo el curso prediseñado y que en definitiva, no tienen nada que ver
realmente Conmigo.
Estas reflexiones no son el fruto de haber leído, salen tal
cuál de cómo se vive el ardor existencial, directamente, de primera mano… son
el alimento de mi propio aliento, el transitar que me habita, en lo que se ha
convertido mi cotidianidad.
Comprendo que es fuerte el planteamiento de que toda
modificación que pretenda hacerse a nuestros modos de ver corresponde a
transformaciones que se proponen para la identidad. Y es porque se asume que
realidad es el mundo de vigilia compartido y se valida lo que se ve a través
del pensar, es decir, lo que plantean las ideas, mirar a través de la mente.
¿Acaso las personas que dan validez exclusiva a la racionalidad jamás se
pierden en un arrebato de amor?
Todo lo que sucede es lo que tiene que suceder, lo que veo
es lo que me toca ver, lo que presencio, juicios incluidos, son maderas que
están en cocción en el fuego del Nirvana, mi realidad eterna. Mi conciencia se
ha centralizado en el tiempo, la forma y el espacio, presentando esta sensación
de ser que se ubica en tres dimensiones (espacio) y transita una historia
(tiempo), y mientras esto es visto así, humo, comprensión, luz y sombra son los
matices de mi existencia. Y entonces aparece esta nueva expresión: sólo el amor
cura, sólo ese bálsamo alivia el dolor de la separación ilusoria que estoy
presenciando, y con esa caricia sucede la paciencia de esperar la consumación,
también ilusoria, de lo que nunca fue.
Maria Luisa
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